POR LOS CAMINOS DE SWANN

Pasé demasiado tiempo aprendiendo a olvidar las cosas que me hacían daño… y en ese proceso, dejé en el camino muchas cosas buenas. Olvidé cantar, si es que alguna vez supe, y sobre todo… olvidé las letras de las canciones que me gustan. Soy incapaz de cantar una canción, que no sea el cumpleaños feliz, seguido y sin equivocarme, y quizás por eso algunos amigos me conocen como Dori, el pez azul de “Buscando a Nemo”.

Alguien se alegra de mi mala memoria, porque está unida a la falta de rencor; muchos triunfan contándome la misma historia, una y otra vez, porque siempre me sorprendo con los finales; una amiga se aprovecha de mi debilidad y me enreda con sus palabras, y mientras yo... sigo esforzándome en aprender la letra de la canción “Ay, amor” de Bola de Nieve… que me mata. Sin embargo no olvido los olores y sé cómo huele antes de nevar, la hierba mojada o la llegada del verano. No me olvido de la luz de Cádiz o la silueta de las montañas que me reciben al volver a casa. Ni de la anécdota de la magdalena de Proust, que tanto utilizo para hablar de los recuerdos que vienen de repente al presente llamados por una sensación.
Por eso he llegado a la conclusión de que mi memoria es más selectiva que ninguna y lo que ha aprendido, no es a olvidar lo malo, sino a quedarse con lo verdaderamente importante.