Hacerse mayor tiene sus complicaciones: recibos, declaración de la renta, hipoteca, plan de pensiones... enumeraciones interminables que hasta hace poco no formaban parte ni de mi vocabulario, ni de las conversaciones con los amigos de toda la vida.
De la noche a la mañana me veo obligada a solucionar mis papeles del banco; a llamar a mi superamigo Bruno para que me eche un cable con la declaración (aunque poco tengo yo que declarar, salvo que no tengo hipoteca porque no puedo tenerla); a pelearme con un seguro para que no me pase un recibo de un servicio anulado, etc. en fin, a defender los cuatro duros que tienes, porque siempre hay alguien cerca amigo de lo ajeno. La última anécdota ha sido esta mañana con el banco. Adjunto conversación telefónica: "Hola buenos días, mire, es que me ha llegado una tarjeta VISA que no he solicitado a mi casa - ¡Dígame su número! - 23568768012, por ejemplo - Ah! Ya veo, es una promoción de nuestro banco - Ya, y... ¿qué hago con ella?¿A qué cuenta está asociada?¿Cuál es su clave? - Todo ésto se lo tenemos que dar en la oficina del banco - Vale, ¿Y cuánto me cuesta mantener esta tarjeta que no he pedido? - el primer año gratis, el segundo 20 euros - ¿Puede anularla? - Los siento señora, para eso también tiene que venir al banco".
Vamos a ver señores dos cosas: la primera señora no, señorita (tono digno Audrey Hepburn en "Sabrina") y la segunda: (...) Si yo no he pedido esta tarjeta y es una promoción del banco... ¿Por qué ahora me toca pagar el pato, perdón la tarjeta o perder una mañana para ir al banco y anularla?
Vamos a ver señores dos cosas: la primera señora no, señorita (tono digno Audrey Hepburn en "Sabrina") y la segunda: (...) Si yo no he pedido esta tarjeta y es una promoción del banco... ¿Por qué ahora me toca pagar el pato, perdón la tarjeta o perder una mañana para ir al banco y anularla?