Se apagan las luces y el proyector comienza su jornada laboral. Aparecen en la inmensidad de la pantalla una gran ciudad gris, edificada con cruces y lápidas, con ángeles custodios y nichos, que las mujeres manchegas se afanan en limpiar. Es la limpieza de la morada eterna de sus seres queridos. Una hora y media después se enciende la luz y suena en mi cabeza el tango "Volver" deliciosamente cantado por la Morente.
Según la crítica, la última película de Almodóvar sólo la disfrutan al cien por cien los manchegos, porque es más manchega que el queso. Según esta servidora (sin título de crítico de cine), por encima de este escenario elegido por Almodóvar para rendir homenaje a su tierra, su madre o su infancia, hay una historia de mujeres tierna, agridulce… de sal y limón sin baños de tequila. El equipo femenino para la ocasión se merece un diez y el premio en el festival de Cannes así lo refrenda. "Volver" una película de Almodóvar donde hasta la sosa de Penélope Cruz está bien, aunque sea Estrella Morente la que me emocione con el tango "Volver".
Salgo del cine y no pienso en un pueblo manchego. Pienso en un pueblo monegrero a medio camino entre Zaragoza y Huesca. Allí las viudas también cuidan del cementerio. Pienso en el pueblo de mi infancia donde fui tan feliz. Dice Sabina... "al lugar donde has sido feliz, no debieras jamás de volver". Se equivoca.
Mi niñez y adolescencia se pierde entre sus estrechas calles; los viejos juegan a la petanca, el campo huele a alfalfa y en verano… su sol convierte la piscina en un oasis en medio del desierto. Si cortan el agua, suena una jota. Si se pierde un reloj, suena una jota. Si hay mercado y braguitas a veinte duros, suena una jota. Hablo del pueblo donde me enamoré la primera vez, donde cada fin de verano lloré desde su castillo y donde, si eres buen mozo, puedes buscar tu princesa convertida en toro, entre los pasadizos y cuevas de su pequeña montaña arcillosa.
Su cielo negro, infinito y colgado de estrellas que bailan al son de los grillos que sólo cantan en las calurosas noches de verano. Lanaja, el pueblo de mis abuelos y de muchas amigas a las que echo de menos, aunque el tiempo no mella mi recuerdo porque afortunadamente las tengo en mi presente.
Mi niñez y adolescencia se pierde entre sus estrechas calles; los viejos juegan a la petanca, el campo huele a alfalfa y en verano… su sol convierte la piscina en un oasis en medio del desierto. Si cortan el agua, suena una jota. Si se pierde un reloj, suena una jota. Si hay mercado y braguitas a veinte duros, suena una jota. Hablo del pueblo donde me enamoré la primera vez, donde cada fin de verano lloré desde su castillo y donde, si eres buen mozo, puedes buscar tu princesa convertida en toro, entre los pasadizos y cuevas de su pequeña montaña arcillosa.
Su cielo negro, infinito y colgado de estrellas que bailan al son de los grillos que sólo cantan en las calurosas noches de verano. Lanaja, el pueblo de mis abuelos y de muchas amigas a las que echo de menos, aunque el tiempo no mella mi recuerdo porque afortunadamente las tengo en mi presente.
2 comentarios:
Siempre he pensado que todo el mundo debería tener "el pueblo de los abuelos" y si no... inventárselo.
Es una experiencia única.
los que dicen que Volver solo la copmrenden los manchegos son los mismos que creen que las pelis de gays son para gays y las de negros para negros. Gente simple hay en todos los sitios.
Me estoy aguantando las ganas de cantar "por Joe Cocker"
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