Hace mucho que no escribo cuentos, aunque los suelo contar a menudo a mis pequeños sobrinos. Probablemente esta afición la he heredado de mi padre, que me acunaba siempre con sus historias de posguerra: el hambre que pasó, las lagartijas que llegó a comer, sus correrías descalzo por los campos de Huelva o el día que los maquis irrumpieron en su casa para agotar las pocas existencias de la despensa.
Eran las aventuras del pequeño Paco, el quinto de siete hermanos, que se crío en las minas de Río Tinto y que jugaba con piedras y alambres a construir castillos.
Más tarde cambio los castillos por las carreteras y los puentes levadizos por los acueductos. Hoy por hoy es un hombre que ve obras de arte en la ingeniería moderna, y que si te descuidas hace de guía turístico de puente en puente y de autopista en autopista. Se siente orgulloso de los túneles del Guadarrama y siempre que paso por allí le cuento a todo el mundo que lo hizo mi padre, él sólo, con una cucharilla. Así es mi padre, o al menos una parte de él. Sin embargo él no es el protagonista de mi cuento.
El protagonista se llama Antonio y es... "EL LADRÓN DE GUANTE DE LÁTEX".
Quizás es un poco arriesgado titularlo antes de acabar el cuento, pero como sé su final, me voy a arriesgar. Se admiten sugerencias...
1 comentario:
Vale, ya lo pillo. Es que he empezado desde arriba.
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