Mi querido Joaquinito, que diría la Vargas, esta noche te cuento un cuento sin ripios, ni piratas cojos… que te duerma hasta el mes de abril, para que te des cuenta que nadie lo robo del calendario y que sigue esperando por ti.
Hoy mi Joaquín te contaré la historia de amor entre una niña que creció escuchando al hombre del traje gris en la parte de atrás de un 127, blanco y un cantautor andaluz, que el año que ella entró en el colegio, se perdía en los bares y cerraba la Mandrágora.
Entre rimas y guitarras eléctricas, la niña conoció a Cristina Onassis, hablaba del Mar de La Plata sin localizarlo en el mapa; por primera vez descubrió el significado del muro de Berlín, se divirtió cantando la historia de Juana la Loca que no comprendía (y que aún hoy es un himno gay) y pactó con caballeros una huída a Brasil en un Furgón con un tal “Dioni”.
Una canción, una historia: con presentación, nudo y desenlace que la tenían más entretenida que Falcon Crest. Y entonces creció y presumió de Boca en el Bulevar de los sueños rotos. Ahorró dinero, trabajó repartiendo publicidad, y cambió sus cintas casette por la colección de discos del cantautor de Úbeda que recopiló, poco a poco, gracias a las reediciones.
Durante años cada vez que subía al metro y se bajaba en Tirso de Molina, soñaba encontrar a su músico para decirle…, no sé para decirle algo, o simplemente en silencio dejarle marchar porque ¿qué le podía decir? Recordó entonces que la prensa le regaló una contraportada: una fan le pidió un autógrafo y éste le respondió con una copa en la cara.
Entonces llegaron los primeros amores y desamores de la protagonista de este cuento, y en cada canción encontró consuelo, y curó sus heridas en 19 días y 500 noches. Y la voz de su primer amor, que nunca se olvida, se fue quebrando, cada vez más rota, cada vez más sucia… y llegó la marichalada, la depresión, los miedos escénicos, y se enfrentó a la vida en la calle, y la discográfica editaba y reeditaba los discos con una extra más, ahora en acústico, ahora un making off, ahora un tema inédito…
Ya llovió desde aquel chaparrón hasta hoy, desde aquella decepción, desde la caída del mito. Hoy sigue comprando sus discos aunque el último lo haya escuchado tres veces:
1. Primera escucha
2. Segunda oportunidad
3. El próximo será mejor
Ojea sus libros, lee sus sonetos y se queda con ese Sabina que le enamoró siendo niña y que después de sus cuarenta y diez perdió “sexapil”.
Quizás siguiendo su ejemplo: la pasión por definición no puede durar y torpemente no sabe usar narcóticos contra el mal de amor o lo que es lo mismo Mentiras Piadosas.
Hoy mi Joaquín te contaré la historia de amor entre una niña que creció escuchando al hombre del traje gris en la parte de atrás de un 127, blanco y un cantautor andaluz, que el año que ella entró en el colegio, se perdía en los bares y cerraba la Mandrágora.
Entre rimas y guitarras eléctricas, la niña conoció a Cristina Onassis, hablaba del Mar de La Plata sin localizarlo en el mapa; por primera vez descubrió el significado del muro de Berlín, se divirtió cantando la historia de Juana la Loca que no comprendía (y que aún hoy es un himno gay) y pactó con caballeros una huída a Brasil en un Furgón con un tal “Dioni”.
Una canción, una historia: con presentación, nudo y desenlace que la tenían más entretenida que Falcon Crest. Y entonces creció y presumió de Boca en el Bulevar de los sueños rotos. Ahorró dinero, trabajó repartiendo publicidad, y cambió sus cintas casette por la colección de discos del cantautor de Úbeda que recopiló, poco a poco, gracias a las reediciones.
Durante años cada vez que subía al metro y se bajaba en Tirso de Molina, soñaba encontrar a su músico para decirle…, no sé para decirle algo, o simplemente en silencio dejarle marchar porque ¿qué le podía decir? Recordó entonces que la prensa le regaló una contraportada: una fan le pidió un autógrafo y éste le respondió con una copa en la cara.
Entonces llegaron los primeros amores y desamores de la protagonista de este cuento, y en cada canción encontró consuelo, y curó sus heridas en 19 días y 500 noches. Y la voz de su primer amor, que nunca se olvida, se fue quebrando, cada vez más rota, cada vez más sucia… y llegó la marichalada, la depresión, los miedos escénicos, y se enfrentó a la vida en la calle, y la discográfica editaba y reeditaba los discos con una extra más, ahora en acústico, ahora un making off, ahora un tema inédito…
Ya llovió desde aquel chaparrón hasta hoy, desde aquella decepción, desde la caída del mito. Hoy sigue comprando sus discos aunque el último lo haya escuchado tres veces:
1. Primera escucha
2. Segunda oportunidad
3. El próximo será mejor
Ojea sus libros, lee sus sonetos y se queda con ese Sabina que le enamoró siendo niña y que después de sus cuarenta y diez perdió “sexapil”.
Quizás siguiendo su ejemplo: la pasión por definición no puede durar y torpemente no sabe usar narcóticos contra el mal de amor o lo que es lo mismo Mentiras Piadosas.
Te dejo esta canción Joaquinito que tú te sabes tan bien... porque el amor es así:
4 comentarios:
me ha encantado este post, aunque el título casi me rechaza. Precioso el modo de darse cuenta de que algunas cosas simplemente se van.
Bueno.
Aunque me extraña que hagas tan pocas referencias a sus primeros trabajos (más canallas diría yo)
Seize9: algunas cosas simplemente se van, te echan o las echas. Es curioso que después de tanta devoción, nunca le haya visto en concierto, y ahora que no canta me pregunto ¿merecerá la pena? Supongo, quiero ser generosa, que siempre sacas algo de Sabina, que es su lírica...
Deni: Me iba a poner ya muy pesada con Inventario, Malas Compañías, Juez y Parte, Hotel Dulce Hotel... Dejémoslo para otro post, que Sabina da para mucho y más.
¿Sobre la Mandrágora? Ya hablaste tú la semana pasada, no? ;-P
Pérez, Krahe y Sabina, quien más provecho sacó de la espina...
Una historia de amores y desamor, parecida a la tuya, Faramar.
Fíjate que yo dejé de escuchar a Sabina antes de la anécdota del vaso (la burrada del vaso). Ya descubrí en él a alguien chuleta pero de los que tira patrás, y parece imposible encontrar en sus letras tanto amor tan bien llevado y tanto odio tan bien traído, conociendo algunas de sus actitudes (no hablo de cotilleos, que me la traen floja).
La música de Sabina me volvió a conquistar desde... no recuerdo, hasta su penúltimo disco. Su música, digo, que no él.
Como personas (porque son cariñosas y muy buena gente) me quedo con Alberto Pérez y Javier Krahe, y porque no hay mucha distancia entre lo que son como personas y lo que cuentan con sus músicas.
Para mi, "Nos ocupamos del mar" de Alberto Pérez, sigue siendo una de las canciones de amor más bellas. ¡Y lo que podré haber llorado con ella!
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