Paseando por la calle este mediodía me he cruzado con una cara de mi adolescencia, un chaval de toda la vida de mi ciudad, quizás un año mayor que yo, no sé. Se tambaleaba y tenía la mirada perdida, la camisa por fuera y la cara roja... algo demacrada. Dantesco.
Hoy pensaba -con la vida que llevo, aún no sé cómo me da tiempo - en nuestra vida, llena de decisiones, equivocadas o no, decisiones que van a dirigir nuestro futuro.
Pongamos que este chico se llama Dani, no me acuerdo muy bien. Le conocí con 12 años y con 14 ya estaba convertido en un camello. Vestía bien, se llevaban las all star y las camisas de cuadros. Él manejaba dinero, cuando otros teníamos 500 pesetas para pasar la semana.
Entonces yo quería crecer rápido, experimentar, equivocarme, reforzar mi identidad o mejor dicho saber cuál era. Entonces, igual que ahora, me rodeaba de gente de lo más dispar, el jing y jang, los buenos y los malotes. Entonces tener un cigarrillo en la boca te hacía sentirte segura y sobre todo mayor. Igual que a Dani, conocí a otros y otras que llevarón el mismo camino. Otros no.
De vez en cuando me cruzo con estos fantasmas del pasado por la calle y siento cosas contradictorias: cierto alivio por haberles perdido de vista y un profundo vacío en el que sólo suena el eco de sus pasos cuando se alejan.
A veces me miran. Creo que mi cara les suena, pero no me ubican. Miro atrás y me doy cuenta de que en aquellos años ya tomé una decisión... una de tantas: vivir mi vida... a mi manera. No a la suya.
Entonces yo quería crecer rápido, experimentar, equivocarme, reforzar mi identidad o mejor dicho saber cuál era. Entonces, igual que ahora, me rodeaba de gente de lo más dispar, el jing y jang, los buenos y los malotes. Entonces tener un cigarrillo en la boca te hacía sentirte segura y sobre todo mayor. Igual que a Dani, conocí a otros y otras que llevarón el mismo camino. Otros no.
De vez en cuando me cruzo con estos fantasmas del pasado por la calle y siento cosas contradictorias: cierto alivio por haberles perdido de vista y un profundo vacío en el que sólo suena el eco de sus pasos cuando se alejan.
A veces me miran. Creo que mi cara les suena, pero no me ubican. Miro atrás y me doy cuenta de que en aquellos años ya tomé una decisión... una de tantas: vivir mi vida... a mi manera. No a la suya.